“Curan el alma “a migrantes para que desistan del sueño americano

Publicado por Yucatannoticias.com lunes, 4 de octubre de 2010

001 En su paso por la ciudad, de Saltillo , una fundación se los lleva a un retiro para curarles el alma. Al salir, la mayoría desiste del sueño americano.

Pararon para descansar en la Posada Belén, Casa del Migrante y recibieron una visita que les prometió ayudarles a encontrar la paz. “Van a subir al cielo” les dijo Carlos Aguirre, el coordinador de Mispah, una fundación que ha liberado a más de 40 mil saltillenses de la adicción al sufrimiento. Once migrantes aceptaron la invitación. “No pierdo nada” dijeron algunos, sin pensar que una semana después perderían el resentimiento y las lágrimas que se habían aguantado a lo largo de su vida.
La cita fue un martes nublado en las instalaciones de la fundación. Entré con ellos para ser testigo de la transformación, aunque eso implicaba llevar algo más que grabadora y cámara, se trataba también de poner los capítulos de mi vida en manos extrañas. Decidí correr el riesgo.
Me explicaron que usaban un método único para el tratamiento y prevención de adicciones al que llaman “Taller de Autoconocimiento Profundo”, que consiste en hacer un inventario moral de la vida para verla de frente. Sonaba mucho más fácil de lo que fue.
Mientras esperábamos, cada quien buscó lugar en el suelo para sentarse y un punto fi jo a donde voltear para no intercambiar mirada con alguien más. Yo quise hacer plática pero no tuve éxito, ninguno sostenía la mirada, menos una conversación. Así pasaron al menos cuarenta minutos.
Fue un hombre cano, de mirada recia que traía un café en su mano quien nos hizo la invitación para pasar a un salón austero. Se trataba del fundador de Mispah, quien otra vez prometía la libertad en su discurso. Nos dijo una cosa: “El único pago que les pido es honestidad. En base a su trabajo será su salario”, luego entendería porqué lo dijo.
Eso de la honestidad yo pensé que lo tenía bien dominado pero con el paso de los días mis demonios fueron saliendo. Es como si de pronto me pusieran un espejo para mostrarme tal cual soy. Quería salir corriendo, así como los migrantes que estaban a mi lado, a quienes les sudaban las manos como a mi, cuando les hablaban de su pasado.
Pero esa lucha interna a la que nos enfrentaríamos para despojarnos de lo que fuese que nos mantenía atados al sufrimiento, la libraríamos en un lugar diferente. Al quinto día nos llevaron a un rancho ubicado en General Cepeda, lejos de todos y cerca de nada, para que pudiéramos olvidarnos de cualquier distracción, y así enfocarnos en los secretos que nos guardábamos a nosotros mismos.
Y es que, aunque ninguno de los migrantes lo mencionó en ese momento, la mayoría vienen de una vida donde el abandono es quien les enseña cómo comportarse, y la soledad los lleva a buscar respuestas casi siempre en adicciones.
Tras 24 horas terminó el retiro espiritual, y fue evidente que nos habíamos deshecho de los antifaces que usábamos para fi ngir que nos sentíamos bien. Cada quien mostraba orgulloso la sonrisa que recuperamos.
Olvidamos las naciones que nos daban patria y sólo podíamos reírnos a carcajadas mientras inventábamos canciones de lo que fuera que se nos viniera a la mente.
El coordinador nos había cumplido la promesa de subirnos a un cohete que nos llevó a la libertad sin darnos cuenta.
Gabriel, quien es de Honduras, recordó entonces y en voz alta otra de las frases que nos habían mencionado: “Más vale un peso con su familia, que un dólar de soledad”. Fue ahí cuando entendimos a qué nos habían llevado realmente. A aprender a vivir contentos con nosotros mismos y lo que tenemos.
Hoy, se planea el tercer retiro con migrantes, que pretende devolverles la esperanza. Quienes concluyan la experiencia se unirán a los 50 que ya tienen una nueva familia en Mispah.
Luego de este viaje al interior que duró seis días, cinco de los migrantes narran cómo es que volvieron a nacer:
“Me saqué una enfermedad del corazón”
Aquí conoció lo que era no sentirse atado; ser libre. Se desahogó de todo y pudo hacer las cosas con mayor comodidad, ánimo y entusiasmo. Eduardo estaba decidido a llegar a Estados Unidos a como diera lugar. Quería juntar dinero para pagar las deudas de su papá y ayudarle a su hermana de 13 años a recuperarse de la enfermedad que contrajo luego de la muerte de su madre.
Sin embargo, el que se curó fue él. “Fue como sacarme una enfermedad del corazón o del alma. De hecho sientes como todo eso que no sirve se va”. Superó el dolor de haber estado secuestrado durante ocho días en que sólo comió agua y tortillas. La desesperación y aquel tormento en que fue amenazado con pistolas y cuchillos ya sólo eran recuerdos. La razón que motivaba a Eduardo a seguir viajando era su mamá. “Ella siempre luchó porque tuviéramos todo, y yo lo desaproveché mucho. Le hacía daño enojarse porque tenía epilepsia y yo nunca le hacía caso. Me sentía culpable cuando murió por no haber hecho nada”. Pero lo más importante fue que entendió que hacía más falta en su casa, junto a su familia, que trabajando para los gringos.
De todo México (Saltillo) es donde mejor lo han tratado. “Siento que tengo aquí a mi familia, no por los lazos de sangre, sino por la manera que nos tratan” Por ahora, Eduardo tramita su permiso para residir en México y aunque dice que su viaje aún no se ha terminado, está seguro que en Estados Unidos no sé encuentra la felicidad, sino donde uno decida buscarla.
“Me sentí en una nube”
Arodi escuchó por primera vez los latidos de su corazón en Saltillo.
Se dio cuenta de que venía cargando con una tristeza infinita desde su infancia, pero aquí aprendió a soportarla.
Descubrió que era un adicto al sufrimiento, a quien los instructores definen como “aquel que no le gusta vivir con él mismo”.
También encaró su adicción a las drogas. Dejar tremendo equipaje le hace ahora viajar más ligero y comenzar a ser feliz.
“Me sentí en una nube, tranquilo y sin preocupaciones. De pronto entendí que no vale la pena estar sintiéndose mal por todo, es mejor echarle ganas y salir adelante con una sonrisa”.
Un sábado de verano, a los 17 años, salió de Progreso, un pueblodonde la mayoría de la gente vive del cultivo de maíz. En la bolsa traía sólo mil 500 quetzales, algo así como 2 mil 400 pesos.
Él se dirigía a Estados Unidos por segunda vez para cumplir el sueño de ayudarle a su mamá con el negocio que tenían en Guatemala.
Hasta antes de llegar a Saltillo, cargaba sobre su espalda el peso de las personas que había golpeado cuando estaba en la ‘Sólo para locos’, una pandilla a la que entró a los 12 años. Ahí también conoció las drogas y, aunque dice que no le gustaron, tampoco se había podido desenganchar. Aquí superó esos traumas.
Gracias al taller y a la convivencia con las demás personas, se sacó las espinas del corazón y encontró la luz en ese camino. “Ahora sé quien soy y que soy feliz”.
Nunca imaginó conocer amigos mexicanos que le echaran la mano y dijeran ‘bienvenido, eres mi amigo’”.
Por el momento, quiere permanecer en México y arreglar su situación migratoria para poder residir legalmente en el país. También, cuenta riéndose, quizá para esconder sus nervios, se casaría con una mexicana, “si ella quiere, claro”.
“Puedo cambiar el mundo”
Alexis pudo volver a sonreír sin tener que fi ngir una mueca o hacerlo sólo para quedar bien. Por fi n, luego de 23 años de vida, estaba feliz.
No encontraba la manera de gritarle al mundo la paz que sentía, “quería unas bocinas para ir por la calle contándole a la gente que el sufrimiento se puede dejar atrás”.
Y lo decía en sentido literal. No fue fácil el proceso para darse cuenta de que era un alcohólico y un adicto al sufrimiento. Es decir que venía arrastrando cada hecho de su vida como si hubiera sido una tragedia y además se aferraba a ello, tratando de solucionar sus problemas en cada trago de alcohol.
Haberse puesto frente al espejo y ver todos sus fantasmas internos también le sirvió para perdonar a su mamá y los castigos que le parecía injustos, como azotarlo con cables de luz mojados o hincarlo sobre arena por horas.
Es más, incluso perdonó a su padrastro, que tantas malas peleas le ocasionó con su madre.
¿Seguir hacia los United? No estaba seguro, más bien quería quedarse aquí y trabajar. Era eso o regresarse para Honduras, en Puerto Cortés, y reencontrarse con su hermana para decirle que después de todo sí la quería. No importaba que las evidencias, una cicatriz causada cuando ella le clavó un tenedor en el pecho, demostraran lo contrario.
Para Alexis, este taller en el que se despojó de todo lo malo, dijo cosas que nunca había contado a nadie. Pero ahora es libre, al menos así se siente y está listo para empezar con un borrón y cuenta nueva.
De regreso por el buen camino
Antes que nada, tenía que agradecerle a Dios. Arlex siente que fue Él quien le permitió llegar a este nivel de paz y de conforte.
Ya no tiene que pelear, ni tampoco hacer cosas que considera malas. “Tampoco es como que fuera a cambiar de la noche a la mañana, pero por algo se empieza. Incluso la libertad tiene pies y cabeza, y yo ya le encontré el caminito”.
Recapacitó las cosas y creyó que podía hacer más felices a sus hijas, en especial a Érica, la menor, estando con ellas y viéndolas crecer, atendiéndolas en lo que necesitaban, que mandándoles dinero al por mayor.
En el taller, tenía las hojas de papel enfrente y ahí expresó cada una de sus culpas. Cada letra que escribía era una pena menos.
En esas hojas también se perdonó la niñez que no tuvo por tener que trabajar empacando piñas. “Pero no importa, porque mis papás hicieron todo lo que les fue posible”.
Arlex lleva consigo dibujado su pasado, sus tuatuajes en los brazos le recuerdan la vida en pandilla y los errores que cometió andando en ella.
Cuando le preguntó qué hará después del retiro responde: “Uno pone y Dios dispone... no sé si me quedaría dos semanas más aquí y luego continúo mi viaje, que probablemente sea hacía mi país”.

“Para recuperar a mis hijos”

Oseas ya venía cansado, “pero no de los pies, sino del alma”. Ya no estaba seguro de querer llegar a Estados Unidos.
El motivo por el que había salido de Guatemala fue para convertirse en el padre que nunca fue para sus hijos. Aquel que sí les iba a poder regalar la bicicleta roja en navidad o el muñeco de acción en sus cumpleaños.
Pero la culpa lo hacía delirar pensando que había hecho mal y que debía regresar.
Justo en medio de esa meditación y cuando estaba por pisar la frontera, se topó consigo mismo.
Había salido de su casa sin avisar. Tomó el autobús hacía la frontera con Guatemala, se sintió lo suficientemente fuerte como para resistir las inclemencias y la tristeza de extrañar a sus hermanos y a sus hijos.
El proceso de purificación ayudó a Oseas a sentirse feliz por la infancia que había tenido, aunque el dinero hubiera faltado. También lo ayudó a perdonarse por las veces que engañó a su esposa. “Porque hay que admitir cada pecadito por mínimo que sea”.
Hoy, ha tomado la decisión de no seguir solo, porque el peligro ahí está y a cualquiera le puede tocar. Aún no sabe cómo va a continuar, pero se quiere quedar aquí por un tiempo. Ya la sonrisa le regresó al rostro, le volvió la vida que había perdido en el camino.
Aún así, la última palabra la tiene su familia. “Si mis niños y mis hermanos piensan que es mejor regresarme, lo hago”.

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